En un café de mesitas de mármol, sillas de madera crujiente, tostaditas, paredes amarillas, medias voces, pianola, licores, ceniceros. Donde escriben los artistas sobre la vida de artista. El café que te propone sus motivos. Prosa o verso, al fin y al cabo, de circunstancias. Miras una grieta en la pintura y divagas sobre paraísos perdidos en el mar de la tranquilidad o la locura. Sobre cualquier cosa, sobre los neutrinos. En un café de chinitas yo mismo podría escribir los versos más tristes una noche, pero no me da la gana.
También puedo irme a un Starbucks, donde los temas y las circunstancias son distintos: versos de Blackberry, prosa de Nokia, y además sin ceniceros. Podría escribir allí las notas de agenda más tristes otra noche, pero no me da la gana. Si el medio es el mensaje, lo esencial está en otro sitio.
Lo esencial está junto al diafragma, en el centro del universo, en el delgado nervio que distingue el éxtasis del amor absoluto de la náusea que provoca una arcada.
"¿Por qué dices que Mozart es eterno?", me pregunta mi hijo pequeño. "Porque soy así de cursi", le digo yo. Gracias a mi querido hombre muy lento por este regalo. Gracias a la vida que me ha dado tanto.
"El escritor que no escribe es, de hecho, un monstruo merodeando por la locura", dijo mi prima. Como el hambriento que no come o el macho en celo que no copula. Y el escritor que escribe y no publica, ¿qué es, por dónde merodea? ¿Y si publica y nadie lo lee? ¿Y el escritor de éxito? En realidad, a quién le importa lo que sea un escritor, un músico, una modista, una aspirina, escriba o no escriba. Nadie deja de merodear por la dicha, la muerte o la locura, ni falta que hace. Lo que importa es que la frase de mi prima es de Kafka.
"Más vale tener salud, y con salud alegría / que ser la Reina de España y tener melancolía", dijo mi abuela. No sé de quién será esta copla.
Quizá la cara no sea el reflejo del alma, pero he comprobado a menudo que rostros similares reflejan almas gemelas.
Por cierto, con las caras pasa lo mismo que se dice de las metáforas: son limitadas. Yo empiezo a sentir que las he visto todas, que todo el mundo se me parece a alguien, que estoy como viviendo en China. El futuro ya no es rojo ni azul, y menos aún verde: es amarillo, como el desierto de Gobi, y todo a un euro que casi nadie tenga.
Isao Iinuma, una canción japonesa de Frankanfurter (1991), inspirada y luego expirada en el protagonista de "Caballos desbocados", del loco de Mishima.
Uno se acostumbra a ser un asesino como uno se acostumbra a las campanas. A merodear camuflado por las nubes con la gorrita rebosante de rutinas, una navaja y un aipod en los bolsillos.
Niebla templada, viento del sur. Olor a rescoldos de la lumbre, olor a escuela recién abandonada. Zumba el abejorro de la primavera, la cigüeña vuela en círculo sobre las ruinas de la ermita mientras decide si entregar al niño y llevarse a alguien a cambio por no volver de vacío al nido.
Uno se acostumbra a las cigüeñas como uno se apacigua en los rescoldos. La tormenta flota en círculo mientras decide si lanzar un rayo sobre la torre del campanario. Uno se acostumbra a las tormentas y así, ya conforme con los truenos, se va también uno acostumbrando sin remedio a ser asesinado.
Lou Reed canta alegremente su canción, inspirada en el atentado que sufrió Andy Warhol, a quien los dioses tengan en su gloria. Pertenece al álbum "Transformer" (1973), producido (gracias a los mismos dioses) por Mick Ronson y David Bowie, por este orden, dígase lo que se diga.
Por cierto, para quien no lo sepa, al adolescente Lou le aplicaron electroshocks con la venia de sus padres para intentar redimirle de la homosexualidad.
Tal como la Hormiga Reina reina pero no gobierna, el ciudadano que expide voto, vota, no decide. Clama al cielo en la taberna, pone a dios por estrambote, canas del bigote peina, y anarquista el que no vote.
Tal como el Rey de la Selva ruge, devora y descansa, el machito pastelero ruge y se le ve el plumero. Mucha melva y poca nansa, si la leona se amansa el león sólo es cordero.
Tal como mandan las modas la belleza es sospechosa. Es la mentira evangelio, mantra, anuncio, decibelio. De pura bondad soy tonto y de malo tanto monto. Pues ser bueno es otra cosa en este mundo al revés, los divorcios son las bodas, y el hombre que más se precie, el orgullo de su especie, perezoso como un mulo descansando del estrés, lleva la calva en el culo y el peluquín en los pies.
En el hotel de Tokyo hay un jardín peinado donde reposan los guijarros de la guerra. Todo se ve claro y distinto ya sin serlo: un corazón, un asteroide, una navaja, el sol, la civilización y la barbarie.
Oigo al afilador cuando me afeito. Oigo la arena, oigo relojes y rastrillos. Oigo nadar a un hombre en el tejado. Oigo bailar mujeres en sus casas.
Y sin embargo yo estoy sordo,
una gran tapia blanca lo confirma.
Y sin embargo yo te escucho y no te encuentro ni en las luces que se cuelan por las puertas ni en los rastros de los hormigueros ni en el punto de fuga de los pasitos quietos.
Y yo no sé por qué razón, pero te extraño. No que te extrañe todavía, sino ahora. Todavía es temprano ahora que da igual, que se acabó la guerra.
Todas las cosas son pequeñas
si llegan tarde.
Que sordo estoy como un guijarro ya sin serlo pues he probado que no tengo corazón. Oigo relojes dentro y voces fuera
y siento los rastrillos en la arena.
Los asteroides ya repeinan el jardín, no sé por qué razón, con sus navajas
y siento los rastrillos en la espalda.
En el hotel de Tokyo todo de ti se sabe pero claro y distinto es que te extraño.