
Si no tienes un retrato al óleo que cargue con tus años y tus miserias, al menos procura iluminarte bien ante el espejo para seguir contemplando una imagen favorecida, o menos deteriorada, de tu verdadero rostro. Y recuerda: más profundas son las cicatrices que dejan tus omisiones, que graves los daños colaterales de tus hazañas bélicas y algún otro de tus actos píos.