jueves, 16 de octubre de 2008

TOKYO

En el hotel de Tokyo hay un jardín peinado
donde reposan los guijarros de la guerra.
Todo se ve claro y distinto ya sin serlo:
un corazón, un asteroide, una navaja,
el sol, la civilización y la barbarie.

Oigo al afilador cuando me afeito.
Oigo la arena, oigo relojes y rastrillos.
Oigo nadar a un hombre en el tejado.
Oigo bailar mujeres en sus casas.

Y sin embargo yo estoy sordo,
una gran tapia blanca lo confirma.

Y sin embargo yo te escucho y no te encuentro
ni en las luces que se cuelan por las puertas
ni en los rastros de los hormigueros
ni en el punto de fuga
de los pasitos quietos.

Y yo no sé por qué razón, pero te extraño.
No que te extrañe todavía, sino ahora.
Todavía es temprano
ahora que da igual,
que se acabó la guerra.
Todas las cosas son pequeñas
si llegan tarde.


Que sordo estoy como un guijarro ya sin serlo
pues he probado que no tengo corazón.
Oigo relojes dentro y voces fuera
y siento los rastrillos en la arena.

Los asteroides ya repeinan el jardín,
no sé por qué razón, con sus navajas
y siento los rastrillos en la espalda.


En el hotel de Tokyo
todo de ti se sabe
pero claro y distinto es que te extraño.
Todas las cosas
son arena
si llegan tarde.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Adoro ese poema...

peanut dijo...

Desde hace más de tres años, mi libro favorito está forrado con este poema que encontré en un periódico a la puerta de la universidad.
Me encanta, y puedo recitarlo de carrerilla.
Enhorabuena.
Gracias por hacerme disfrutar cada vez que lo leo.