lunes, 6 de abril de 2009

SIMIO GARCÍA




Simio García trepaba a los árboles de la estación,
por eso recuerdo sus brazos largos y las vías y las ramas.
Con los pies pelaba plátanos y daba cuerda a los relojes,
con las manos domaba arañas y les daba sombra,
mientras que a los niños nos trataba con esa indiferencia
propia de los que carecen por completo de maldad
y de bondad. Pero un mismo día me miró dos veces, o eso creí
adivinando su mirada oculta por el paso de los trenes.
Una cuando me caí de un pino ensangrentado.
La otra cuando dejé de llorar por la vergüenza.

Simio García era idéntico a sí mismo.
En el túnel de viento de su perfil convexo
los arcos de las cejas daban las horas de sol,
huía el mentón, la boca avanzaba sin palabras
ni mordiscos y la frente se retractaba
de cualquier posible pensamiento u omisión.

Nunca me habló Simio García, pero tenía un reloj en el tobillo.
Se cuenta que una tarde de tormenta
un rayo le tiró de la copa de otro pino y al caer
sus huesos crujieron como boxeadores rotos.
No lloró, no manó la sangre. Bramó el trueno. Bramó un tren.
Él se sacudió el barro, volvió a trepar, dio cuerda al reloj
y las horas se colgaron para siempre
de las sombras de las ramas como arañas.

1 comentario:

Sintagma in Blue dijo...

Brama en su cuna azul la indiferencia.