viernes, 7 de noviembre de 2008
LOS AUTÓMATAS
El viento nocturno barre los últimos cardos de la dehesa
ante la mirada obtusa de un ternero.
La luna desparramada tras las nubes
cuaja los campos y las maquinitas.
Un avión seca la noche, una sábana
se empapa de bocados y nada perturba
la cadencia de los avatares,
ni siquiera mi rebuzno cartesiano.
Desde la cruz observo a mis androides
bailar las geometrías del calvario
enroscándose las piernas con los brazos
para emular la condición humana.
Pero no existe una emoción que de veras les despeine
como tampoco conmueve mi mirada
a las vacas ni a los vientos ni a los cables.
Está claro: soy un necio. Mis orejas y mi cola me delatan.
Y con otros bichos raros me complazco
en cantaros al oído que algo acaba.
¿Esta tormenta? ¿La noche? ¿La epopeya?
Poco importa que así fuere: nuestras sombras
confluirán de nuevo sin motivo y sin remedio,
brazos abiertos, piernas cruzadas, cardos volantes,
tal como cabe deducir de las ecuaciones que describen
el devenir vacuno y cableado de los autómatas.
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