miércoles, 11 de febrero de 2009

GLORIETA SOBRE GLORIETA




Soplan malos vientos, dicen. Y no es que lo digan: es que soplan. Se caen los árboles sobre los tejados, los tejados sobre la gente, la gente se cae una encima de otra. Grandes olas se llevan a los incautos, a unos a la ruina, a otros al fondo del mar, que no deja de ser otra forma más drástica de ruina. ¿Qué hacer ante tiempos tan furiosos? ¿Qué gesto adoptar? Yo sugeriría una postura aerodinámica, y esperar que el huracán no te lleve por delante y con el tiempo, con la primavera del dinero y de los meteoros, todo se vaya colocando cabalmente según un orden fulminante, como dijo Breton el simpático.

Entre tanto, como si tal cosa, el Gobierno propone paliar los efectos de la crisis con una suerte de medidas homeopáticas: ya que nuestro modelo económico, basado en la construcción en cemento y naipe, se derrumba, concedamos nuevas ayudas a los ayuntamientos para que redecoren su hogar. Nunca es mal momento para ir a IKEA.

Hay que reconocer que se trata de una decisión democrática hasta los tuétanos: devolver el poder al pueblo. En concreto, a Villatocinos de Artajo, cuyo alcalde decidirá en breve la contratación de todos los que, entre sus fieles votantes, se encuentren en paro, sea obrero o simplemente cinético.

El proyecto no es baladí: ya que no caben más balaustradas de yeso, que tan prácticas y decorativas resultan para separar el ganado de la ciudadanía, se construirán nuevas glorietas. Cierto que tampoco caben más glorietas, no hay tramos de calzada libres, pero ello no es óbice para innovar, palabra mágica: se erigirán, donde se estime conveniente, glorietas sobre glorietas. Es más, las glorietas superiores serán levógiras, de manera que los traficantes (sic) den vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj, con lo que además se gana tiempo. En definitiva, otro éxito del gobierno, que donde pone el ojo, pone el mejor gestor en el mejor puesto. Que aprenda Obama, el otro simpático.

Podría parecer que estoy en contra de las glorietas, dado el cachondeo que me traigo. Antes al contrario: suelo perderme en ellas, degustando la hermosa sensación de recrearme en decidir qué salida tomar. A veces doy hasta tres y cuatro vueltas, las últimas ya del todo innecesarias, por puro placer, gustándome.

¿Que cuál es el secreto de tanto goce? Muy sencillo. Las glorietas me permiten ejercer, una vez dentro, el único poder a mi alcance: el de la preferencia. Qué más puede pedir un paria en días de furia.

1 comentario:

Sintagma in Blue dijo...

¿Se admite alquiler glorietero? Es que en propiedad tal y como está la cosa...