lunes, 30 de marzo de 2009

LEPANTO Y LOS HIMNOS




El partido del sábado sirvió para comprobar hasta que punto el juego de la Selección depende no sólo de Blancatorres y los siete enanitos, sino de los resbalones de Senna, que insiste últimamente en enfangar su otrora sencillo e impoluto toque, dejando en tanga a la muy púdica línea de defensa nacional. Esperemos verle en hierba seca antes de sacar conclusiones precipitadas. Pero también quedaron demostradas en el Bernabéu dos hipótesis de orden cívico y cantarín: que abundan los majaderos y que somos analfabetos musicales. Dos bochornos de los que pocos parecen lamentarse.

La bronca al himno turco no provino de un sector minoritario. Es cierto que algún directivo de la RFEF se empeña con buen criterio en censurar este comportamiento deleznable y poco estratégico (sólo sirve para motivar al contrario), pero nadie sabe qué medidas se toman para corregirlo. Por desgracia, se malogró la oportunidad de un uso pedagógico de la televisión, ya que ni Butragueño ni la dicharachera acelga con gafas que le acompaña en la retransmisiones hicieron el más mínimo comentario al respecto. Prefirieron insistir en el "gran ambiente" y otras memadas al uso. Ya lo decía García a propósito del Buitre: "Ni una mala palabra, ni una buena acción". Por favor, que fichen a Álex Corretja o que callen para siempre.

En cuanto al himno español, eso es otro cantar, o más bien otro aullar. Es difícil toparse con una melodía más simple que la del chunda-chunda por antonomasia, que deja a la del Cumpleaños Feliz a la altura de un motete a cuatro voces. Ser incapaces de cantarlo ni medio bien es algo difícil de explicar, como ser del Atleti. Ni siquiera cabe la excusa de que la letra te distrae. Pero es inútil: pocos han logrado entender que la primera frase se repite (y la segunda también), con lo que a lo gutural se suma lo cacofónico, y cualquier espíritu no ya sensible, sino medio afinado, se siente desvalido y sin saber dónde meterse. Propongo a la desesperada sustituir en cada ocasión el himno por un minuto de silencio por la muerte de Beethoven, el pequeño español negro.

En la patria de Domingo, Carreras y Caballé, en la nación que inventó la etiqueta, la diplomacia moderna y el futbolín, la excelencia siempre ha sido una anomalía. Somos los sordos de Lepanto, despreciamos cuanto ignoramos, aullamos con la boca llena y así nos va en cuanto salimos del bar del barrio. Así nos hacemos querer, así nos hacemos respetar. Y ahora, vámonos a Estambul, a dar una vuelta por el Gran Bazar cantando el chunda chunda y haciendo amigos.

3 comentarios:

Papá abejaruco dijo...

Ni himnos charangueros, ni minutos sordos de silencio; sería más provechoso que en los descansos y como reconocimiento a la labor social de la madre del árbitro, tan recordada por todos, cantar a coro y con acompañamiento de chinchines, maracas, claves y panderetas, alguna de las estrofas del MADRECITA DE AMOR del padre Félix:

"La cigüeña Tabú
era un mito y cayó,
pues mi amor eres tú
madrecita de amor"

Pun-chin-chin,
pun-chin-chin...

Frankan dijo...

Tú, con tal de llevar la contraria, lo que sea. Qué terquedad de pájaro carpintero. Y sin embargo, te mueves...

Sintagma in Blue dijo...

¿Y si abolimos el fútbol?

(cansina soy, lo sé)


Muaaaaaaaaaaskkkkkkk